Jaguar
Una pasión
Me crié en uno de esos típicos poblados industriales de la época del desarrollismo franquista de los 50-60. Ya sabéis, un empresario construía un pueblo al lado de su factoría y alquilaba los pisos a sus trabajadores por un módico alquiler. La verdad es que el pueblo estaba bien y sigue estándolo, su aspecto ha mejorado mucho gracias a la afición a la jardinería de muchos de sus habitantes más veteranos y, sobre todo, a la excepcional dedicación y pericia de su jardinero actual. Poquito a poco, el amigo Martín y sus colaboradores han convertido un poblado industrial vulgar en lo que, si no fuera por el ruido de la fundición y autovía adyacentes, sería una pequeña ciudad-jardín modélica.
En aquella época no existían los entretenimientos de los chavales de hoy día y, aparte de los juegos típicos del momento (escondite, la mula, etc...), uno de los que más nos gustaba a la panda era contar los escasos coches que pasaban por la antigua N-1 por colores, ganaba el que más coches de su color pasaban. También nos acercábamos a la bonita gasolinera (sí, sí, bonita, de mediados de los 50, la han declarado Edificio de Interés Singular a nivel nacional), a husmear con más detalle los interiores de los coches que paraban a repostar, sobre todo los escasos extranjeros.
En un tiempo dominado por los seiscientos y trastos de posguerra mantenidos a duras penas por heroicos mecánicos que con cuatro piezas hacían auténticas filigranas, ver un Citroen Tiburón, un Mercedes SL o un Dodge Dart, creaba la misma agitación que si hoy viéramos a Fernando Alonso repostando su F1. Pasábamos la carretera a toda velocidad para acercarnos a fisgonear, entre aspavientos de los empleados de la gasolinera que intentaban espantar a los molestos moscones que éramos, pero casi siempre el orgulloso propietario del "buga" nos amparaba y dejaba que nos acercáramos para despacharnos a gusto, ... incluso caían algunos caramelos.
Pues bien, de vez en cuando, muy de vez en cuando, paraba algún deportivo de exótica marca que no conocíamos, provocando un sinfín de especulaciones acerca de la nacionalidad de fabricación que casi siempre acabábamos asociando a la de su matrícula, salvo los que acababan en "I", esos eran italianos por narices. Aquel Ferrari rojo, el otro Maserati plateado, algún Alfa descapotable... preciosos, qué ruido, qué líneas..., cada uno tenía su marca favorita. Un servidor se dejó seducir y, a pesar de la evidente inferioridad, se hizo un ardiente defensor de los Alfas (nunca he tenido ninguno, pero me sigue encantando la marca a pesar de que ya no son lo que eran).
Pero un día apareció a repostar una especie de nave espacial negra descapotable ¡madre del amor hermoso, qué curvas! Era inglés, no había duda por el volante a la derecha y por su doble escape que, a diferencia del más agudo de los italianos, emitía un grave ronroneo que ponía la piel de gallina: todo él emanaba poderío y clase. Una pareja ya madura se apeó y, muy amables, dejaron que nos acercáramos para admirar el coche y la señora repartió sonriente unos toffees que sacó de la guantera (qué diferencia con los turistas británicos de hoy). Su pareja, sin duda para impresionarnos por la sonrisa que esbozaba, levantó el larguísimo capó para comprobar el aceite. Se me cayó la mandíbula inferior ¡ostras, pivotaba el morro entero!, el largo seis en línea se mostraba en todo su esplendor y sin pudor por todos los lados. Preguntamos la marca y, dirigiéndose a la trasera del coche, nos mostró el logotipo mientras silabeaba: Ya-guar. Yo allí leía Jaguar, aún no tenía ni idea de las diferencias fonéticas entre idiomas, pero me daba igual, allí mismo abandoné ignominiosamente a Alfa como objeto principal de mis sueños sobre ruedas, pasando a engrosar fervorosamente la lista de fans de la marca inglesa.
Curiosamente ninguno más de la panda abandonó su predilección de marca por esta nueva, así que me quedé solo como abanderado de los grandes gatos británicos. Lo cual era un problema porque si ya eran escasos los italianos, estos lo eran aún más y tardé más de tres años en volver a ver otro: esta vez una preciosa berlina MKII, que, aunque ya anticuada, me fascinó de igual manera y en la que vi por primera vez el felino saltando en un capó.
El tiempo pasó, uno crece, se hace adulto y tiene otras prioridades. Aunque quede un rescoldo, el tiempo disipa las pasiones infantiles y la escasa difusión de la marca en España durante muchos años no ayudaba mucho a mantenerlo vivo. Me hice camionero y un buen día, entre los muchos coches de gama alta que me pasaban, me adelantó uno que me rebasó mucho más tranquilo que los demás, no parecía tener ninguna prisa. Aquel estilo de carrocería, aquellos andares, me sonaban familiares, parecía uno de los raros XJ de los que también estaba enamorado y que me habían pasado alguna otra vez, pero no tenía los faros redondos, eran rectangulares.
Averigüé que era su sucesor, muy mejorado, el denominado internamente por la marca como XJ40 y, aunque mi principal amor sobre ruedas sigue siendo el E-Type de mi infancia, éste pasó a ser el segundo. Formas felinas: bajas, suaves y tendidas, nada que ver con los sólidos mazacotes alemanes, y un interior británico que rezuma clase y elegancia. Pero bueno, este también seguía siendo un sueño, ni por asomo podría hacerme con uno, demasiado caro para mi.
Pero al fin pude hacerme con un Sovereign 4.0. Después de que los XJ40 se depreciaran muchísimo (gran motor de gasolina, no es alemán, rarezas electrónicas, no tiene faros redondos, etc...) conseguí hace cuatro años el que hoy es mi “Gatito”. Apenas lo uso: vacaciones, escapadas y poco más; la mayoría del tiempo me dedico a mirarlo y a trastear en él. Tiene sus achaques de abuelete, pero aún no me ha dado ningún disgusto importante, toquemos madera... Y tiene la ventaja de ser más sencillo de reparar que uno alemán y, si compras las piezas en los especialistas ingleses de la marca, muchísimo más barato (a pesar de los onerosos gastos de envío desde Gran Bretaña, que todo hay que decirlo). Por si acaso, lo trato con la mayor de las dulzuras...
No, no es el E-Type pero, por mucho que diga algún purista, también tiene todo el espíritu de la marca. Aún patrocinó su creación el fundador de Jaguar, Sir William Lyons, antes de la funesta gestión de British Motors y la nefasta entrada de la marca en el grupo Ford, con sus prácticas generalistas para ahorrar costes a costa de calidad y prestigio (hay que decir a su favor que popularizó bastante la marca gracias al precioso “S”, aunque fuera también a costa de vestir un Mondeo con una carrocería Jaguar: el “X”). Esperemos que su nueva andadura con el nuevo propietario le dé a la marca el esplendor que merece, aunque está claro que tampoco podré comprarme uno de los nuevos...
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